Escríbeme.
Pauline
ESCRÍBEME. Escríbeme palabras sin parar, palabras que me respiren en la nuca, palabras que no sepa por dónde cogerlas o si cogerlas o dejarlas pasar. Palabras terremoto. Palabras que definan estados de incertidumbre y palabras que sobrecojan allá por donde pisan. Palabras delirio. Palabras cantadas, melodiosamente estudiadas. Armónicas. Con cabeza de Momo y brazos de pulpo, con pies de plomo y saltos de sapo. Con capa de Principito en un principio. Que no tengan nada que decir porque ya está todo inventado o que renueven el lenguaje, incluso inventen una sintaxis espongiforme atenta o detestable.
Palabras que ni pintadas.
Sin aliento o respirando entrecortadamente. Sin rumbo fijo o clavadas directamente entre dos de mis costillas, mediante un gps que funcione de maravilla y que no deje que ninguna se pierda en el camino. Sin lugar a dudas, palabras trampa.
Palabras que sólo se puedan decir a menos de un milímetro de distancia, que lleguen a mi región perisilviana izquierda en un nanosegundo y me provoquen una afasia. Que se quiebren en mi boca si las leo por casualidad, que sean inapropiadas en horario infantil, indignas para la RAE.
Palabras que me duelan por no haberlas dicho yo antes, que las odie por haber chocado con las mías, que llenen de celos a cualquier estado de ensoñación o psicotrópico. Palabras endémicas, pandémicas, eufóricas, distópicas, empáticas. Palabras de tripas corazón, cadenciosas, superdotadas. Palabras que patinen y resbalen en las escaleras. Palabras lógicas. Palabras de metacrilato. Palabras que mermen el estado natural de la capa de ozono, que suban las mareas, que inicien un nuevo estado de glaciación. Palabras que harían ruborizarse a Platón, palabras renacentistas, utópicas, shakesperianas. Palabras aspirina y analgésicas, que actúen sinérgicamente con los corticoides. Palabras protesta, que vayan dentro de un bocadillo de salchichas. Palabras de un cómic, anárquicas o democráticas. Onomatopéyicas.
Palabras latentes, argénticas. Palabras de sodio o vegetantes. Aliteradas. Anafóricas. Estúpidas. Esdrújulas. Palabras irrisorias, que jueguen al doble o nada con los estados de ánimo, que hagan pasar una buena tarde a mis múltiples personalidades. Que se extiendan por encima de la piedra de la locura de Alejandra Pizarnik. Que se tiendan con tres pinzas en una ventana del Zaidín, palabras que se rían de los puntos suspensivos suspendidos en un renglón…
Pero escríbeme, escríbeme palabras que me dejen sin palabras.
Etiquetas: Titolina
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